jueves, 25 de diciembre de 2008

Mucho gusto, soy el Grinch del Siglo XXI


Odio las fiestas. Odio la Navidad. Me aburre, toda la alegría prefabricada (igual que las tarjetas con colores y frases) me parece estúpida, el arbolito de plástico berreta lleno de angelitos, luces intermitentes, estrellas y bolas de colores es de mal gusto. ¿Por qué, díganme por qué estamos obligados a pasar un día en familia, si no queremos?
No, ¿sabés qué? No voy a pasar el día en familia. Porque no me gusta. Porque no quiero estar sentada en una mesa, derramándome de tedio con las interesantísimas conversaciones de viejos seniles y aburridos que no tienen nada que hacer en su vida, pegándome en la cara una sonrisa falsa para que no me acusen de "mala onda". No me interesa saber si te gusta la Bomba Tucumana, si los centros de mesa hechos con un ramillete de fibra óptica encajados en un florero te parecen originales y divertidísimos, si creés que tu hijo es dueño de todo un talento innato porque sabe hacer gracias de chimpancé adiestrado. No es un genio, vos sos un boludo, que es distinto. Tus historias me aburren, tu música me da náuseas, si tu hijo-chimpancé me vuelve a mojar el libro de Cortázar con esa pistolita de agua, le voy a remojar los testículos en una cacerola con agua hirviendo.
Tampoco tengo ganas de quedarme como una imbécil embobada mirando el cielo ofuscado de humo y chispitas de colores que estallan. A vos te deslumbran los colores como un hombre de las cavernas mirando el fuego, a mí no.
No me interesa brindar, no me gusta la sidra y no tengo ganas de levantar una copa llena de loquesea en el aire y chocarla con la tuya, porque no tiene sentido.
Para vos significa mucho estar todos juntos el día de hoy. Pero entendelo, para mí no. Para mí, hoy es un día como cualquier otro. Yo no creo en Dios, ni en la Virgen, ni en el Espíritu Santo, ni en Jebús. ¿Querés pasar un día en familia? ¿Realmente extrañás a tus amigos, conocidos, parientes y querés que almorcemos todos juntos y conversemos alegremente? Hacelo otro día. ¿Por qué hoy? Y más importante, ¿por qué me obligás a someterme a tus rituales sin sentido? Para mí la Navidad no significa nada, no nace nadie, no nada, no quiero pasar un día con gente con quien no quiero estar sólo porque creen que en este día se hace eso.
No quiero. ¿Y sabés qué? No lo voy a hacer. A vos te importa. A mí no.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Cosas Cotidianas: El Abusador



Está de más señalar que todos, sin excepción, conocemos a aquel grotesco género de humanos cuyo pasatiempo es hostigar a mujeres inocentes que caminan por las calles con sus halagos ordinarios y piropos de mala muerte: el Abusador. Hacen uso indiscriminadamente de sus kitsch pretenciosos como un comodín aplicable a cualquier transeúnte que pueda ser clasificado, según sus medidas, dentro de la etiqueta de “hembra”. El Abusador puede venir en cuatro modelos distintos: el Viejo Verde, el Obrero, el Camionero y el Pibe Chorro.



El Viejo Verde: Está convencido de que aún estamos en los años 30, que él es un muchacho joven y apuesto que es capaz de lograr que las mujeres se derritan con sus galanterías. Les dedica palabras aduladoras como “Sos muy bonita”, “Qué hermosos ojos que tenés”, esperando vanamente que la agasajada le sonría tímidamente, ruborizándose, para así sentirse nuevamente frescos y llenos de vida.



El Obrero: Estos son los más comunes. Los encontramos en cualquier zona, cualquier calle, cualquier esquina, siempre atentos, exhibiendo la raya del culo cubierta de vellos negros y espesos debajo de sus jeans de tiro –excesivamente- bajo gastados y rebosados en arena, mugre y cal. Están ahí, agazapados a la espera de una mujer que desfile para sus ojos ambiciosos saliéndose de sus cuencas al mejor estilo de lobo de Red-Hot Riding Hood, ansiosos por chiflar y silbar, babosos, como llamando a sus sabuesos.



El Camionero: Su principal característica, claramente, es la de su mayor posesión: un camión viejo, pintado con polvo gris, y con un motor ruidoso que echa irrespirables nubes de humo negro. Van ataviados con una musculosa blanca minada de manchas de aceite del choripán que comen todos los mediodías enrollándose sobre su enorme barriga; se masturban a diario con calendarios que muestran rubias o morochas de curvas paranormales posando semidesnudas en una gomería, cargando gas en una estación de servicio o con un dedo en la boca, luciendo una camiseta de Argentina, y sueñan con que ellas intentan seducirlos, muertas de la admiración y el embelesamiento frente a su cuerpo fornido y su bestial vehículo. Casi siempre lo manejan con una sola mano, mientras que el otro brazo tiznado de grasa oscura está apoyado, quasi-colgando, de la ventanilla baja. Así es como se asoma el puerco inmundo y transpirado a presionar con ímpetu una bocina que suena como un buque de guerra para llamar la atención de su hembra cual pavo real, dedicándose luego a vociferar vulgarmente elogios sutiles como “¡Mame!”, “¡Bombónnnn!”, “¡Herrmooooosa!”.



El Pibe Chorro: El Pibe Chorro se diferencia en dos. El primer tipo es el adolescente huidizo que pretende elogiar a cualquier fémina que pase a su lado, murmurando un “Eeeehh, mamita”, “Te parto”, “Bebé” o como ya alguna vez me ha sucedido, un grosero “¡Qué tetas, colorada!”, sin levantar la vista, para luego continuar su paso veloz hasta perderse de vista junto con su patota de amigos.
El segundo tipo es del joven entre veinte y treinta años, con el pelo hacia arriba, reluciente de gel, y anteojos negros que viaja en un Fiat Uno tuneado (generalmente rojo). Lleva ambas ventanillas bajas para poder asomarse a gritar sus alabanzas soeces, escuchando a todo volumen canciones de cumbia, reggaeton o autores latinos tales como Ricky Martin, Enrique Iglesias, Cristian Castro o Axel. Hacen luces que dejan ciego a quien las mire, y a continuación se arriman a la vereda para armar (a diferencia de los dos anteriores) frases que consisten en más de dos palabras, pero incluyen el tacto tan bruto característico del Abusador: “Pero qué linda que sos, mamita”, o “Ay, pero qué bombonazo”.



Está comprobado que no importa qué usemos. Da igual si llevamos una micro-mini por debajo de la cola y un strapless que muestre el ombligo, si usamos pantalones sueltos o ajustados, si lucimos un escote generoso o una camisa abotonada hasta abajo del mentón; ellos gritan, miran lo que hay, y si no hay lo imaginan, pero gritan. Porque su deber es gritar, piropear, cubrirnos con su poesía barata y ordinaria, hacernos ruborizar pero de vergüenza ajena, hacernos sentir la repulsión en su forma más pura, que caminemos rogando que la tierra nos trague.
No sé qué pretenden con esos halagos inútiles de bárbaro analfabeto; si imaginan por un momento que vamos a mirarlos, seductoras, sonreírles y agradecerles por su amable consideración, quizá invitarlos a tomar algo a nuestras casas para acostarnos con ellos y sus modales caballerosos, para darnos cuenta que son el Príncipe Azul que siempre estuvimos esperando. O si a lo mejor, simplemente están desesperados y saben que jamás van a acercarse a una mujer más que con esas palabras.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Lección

En el día de hoy aprendí tres cosas:

1. Nos educan desde chicos a aceptar sin discutir todo lo que nos dicen

2. El corpiño que me compré está buenísimo y soluciona cualquier conflicto con la gravedad

3. Lo de que los kiosqueros no tienen monedas es una mentira. Con un escote sacan monedas de la caja como si fuera una galera.

Pero vamos a enfocarnos en el primer punto, que es lo que más importa ahora. Los tiempos cambian, las costumbres cambian. Lo que ayer era una injuria para la moral, un pecado mortal que merecía ser castigado con una muerte lenta y dolorosa, ahora no es más que una costumbre, un hecho habitual que pasa desapercibido.

Antes, por ejemplo, el deber de la mujer era el de cuidar a la familia, a los hijos, preparar la comida y saber limpiar. Ahora las mujeres podemos tener un trabajo estable, una carrera, somos beneficiarias (y víctimas) del sufragio. Antes, el sexo antes del matrimonio era prácticamente considerado herejía y quien lo practicara era Hijo de Satán. Hoy en día, quien no tiene aunque sea un acercamiento sexual durante la adolescencia, es un perdedor. En otros tiempos, estaba prohibido para los niños participar de la conversación en la mesa familiar. Actualmente, puede que ni siquiera haya cena familiar.

Sin embargo, una tradición absurda (y no hablo de la xenofobia, el racismo, el sexismo y demás tipos de discriminación que la retrógrada naturaleza del humano hará dificultoso erradicar) aun sigue vigente.

Esta tarde, mientras caminaba hacia mis clases particulares de Lenguaje Musical, fui testigo de una escena que, supongo, reconocerán haber vivido alguna vez durante la infancia. Un padre empedernido sujetaba con saña a su hijo del brazo, reprochándole: “¡¿Pero por qué no me hacés caso?! ¡Te dije que no cruzaras la calle sólo, y mirá, empezaste a cruzar!”, a lo que el chico respondía –a medias, ya que no podía pronunciar dos palabras sin ser interrumpido por el padre – tratando de defenderse. “¡No!” lo atajaba el hombre, aun sacudiendo la mano desarticulada de su hijo en el aire como si fuera una marioneta. “Si alguien te dice que es así, ¡es así!”.

Si alguien te dice que es así, es así. Para eso nos educan desde que nacemos. Para respetar a la autoridad, como si el respeto no fuese algo que se gana, sino un derecho inherente a un título inexistente otorgado por las absurdas jerarquías. Si alguien te dice que es así, es así, tronaba haciendo ecos dentro de mi cabeza. Desde chicos nos enseñan que no tenemos el derecho a discutir con un mayor, con un padre, con un maestro. Nos enseñan a aceptar, sumisos, cualquier barbaridad que algún humano perteneciente a una categoría superior a nosotros en este sistema jerárquico como un hecho irrefutable. Si la maestra dice que es así, debe tener razón. Si un hombre está abusando de su poder, siendo descortés, insolente u ofensivo, debemos soportarlo sin reclamos, porque es mayor. Si nuestro padre dice que es así, “es así”.

Ahora digo, ¿cómo puede un niño aprender qué es lo correcto y lo incorrecto si lo educamos así? ¿Cómo puede un niño ejercitarse para evitar el peligro del que lo estamos cuidando, si el único motivo que le damos es un “porque yo lo digo”? ¿Cómo puede luego reconocer en qué momento ayudar, cómo puede aprender a cruzar bien la calle, a cuidarse de los supuestos peligros, si no lo instruimos, si no le damos motivos, razones más que nuestra propia autoridad? Sería muchísimo más fácil, creo yo, explicar. Educar de verdad. Cultivar el aprendizaje, señalar los errores, los riesgos, los conflictos para así ayudarlos a crecer como deben.

Si alguien te dice que es así, es así”. Estos mismos chicos son los que después crecen y se dejan hundir en la mediocridad de la aceptación con un automatismo ciego. Son los que aceptan leyes absurdas, los que se dejan pisotear por cualquiera por tener ‘más autoridad’, los que consienten, felices de ser correctos y falsamente educados caminando por el ‘buen camino’, cualquier absurdo que le presente un profesor, un docente, un guardia de seguridad, convencidos de su razón, y su grandeza inenarrable. Los que dejan que las viejas de cincuenta años (que se hallan en perfecto estado) exijan más derecho sobre los asientos del colectivo, los que permiten que les vendan productos pasados sin decir nada. Los que se quedan con lo que tienen, los que no se animan a aventurarse por más. Los que no conocen sus derechos, ni se interesan por saberlos y se someten a lo que sea, si alguien con más título lo ordena. Porque, por supuesto, “Si alguien te dice que es así, es así”.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Dedicatoria

Esta vez me voy a detener, por vano que parezca, a dedicar una entrada a aquellos que creen que por ser una loca de mal carácter, evidentemente y sin ninguna duda tengo que ser una bestia cínica, despechada, sin corazón, fría y calculadora. Pero refuto su teoría: no pueden estar más lejos de la realidad.
Soy una apasionada sin remedio; así como puedo ser víctima de arrebatos de ira (de los cuales no me enorgullezco para nada) y mi lengua viperina que pareciera tener vida propia, con la misma naturaleza candente de mi furia puedo ser una llamarada de adoración febril.
Aquí una pequeña lista, muy resumida, de todas esas cosas que me encantan.

• El arte, en cualquiera de sus formas. La pintura, la escultura, la música, la fotografía, la literatura. Todo vale para mí
Julio Cortázar, mi amor más platónico de todos
• Las tormentas de viento, refugiada adentro de mi cuarto, tapada hasta la nariz y tomando un té caliente mientras escucho jazz y el frío está encerrado afuera, pegándose a las ventanas. Se suman puntos si cuento con compañía exclusiva con quien enredar los pies.
• El amor. Sí, soy una enamorada del amor. Me encanta enamorarme, y me enamoro fácilmente. Y ahí, soy una pesada pegote que vive regalando besos.
• Los pequeños placeres, como escuchar un acento francés o británico, enterrar los pies entre los tréboles, pasar la mano por el agua y sentir cómo corre entre los dedos, quedarme en la pileta escuchando la música de la noche y el sonido leve del agua. Los besos en el momento justo, los abrazos.
• Las fogatas, la luz de las velas, el cielo estrellado y una noche de verano fresca.
• Una buena película de drama romántico, de esas que te convierten los ojos en las cataratas del Niágara, a la madrugada y comiendo chocolate.
• El olor a libro nuevo, a café, a té de frutos del bosque.
• Las charlas interminables con una amiga cercana contando chismes, anécdotas, compartiendo pensamientos, dándole vueltas que sólo nosotras podemos imaginar a asuntos que parecen no tener solución, o los pijama parties en donde somos diez hembras empachándonos con golosinas, mirando películas de Disney y hablando de todo un poco.
• Los artículos de librería (soy fanática de las lapiceras de colores, sacapuntas, gomas de borrar, lápices, marcadores, papelitos, cintas. Nada mejor que empezar un cuaderno nuevo)
• Los sahumerios
• Los zapatos, de toda forma, altura y color
• Las tardes tirada boca arriba en el pasto mirando el cielo y las nubes que se deslizan como barcos
• Pasarme el día entero en pijama
• Los peces. Las profundidades del mar me deslumbran.
• Los castillos encantados.
• Los árboles viejos, las enredaderas, las hojas secas en otoño.
• Los Choco Krispis con leche y los Honey Nutos
• Los viajes largos mirando el paisaje
• Las manos lindas, sobre todo esas que son como de pianista, o las que son muy suaves.
• La moda de los años 30-40-50
• Probar peinados nuevos
• La Revolución Hippie
• Los Bohemios
• Los pañuelos de colores para usar en la cabeza
• El sarcasmo
• Una sonrisa de felicidad y agradecimiento (como ésa de la nena en el tren...)
• Las palabras (hasta tengo una lista de palabras favoritas)
Subrayar libros de arriba abajo porque todas las frases me gustan.
• Asomarme por la ventana y sentir una correntada de aire fresco.
• Los tapados largos y los ojos con sombra oscura
• Los Ferrero Rocher, Vizzio, y todo lo que sea chocolate de buena marca. Es orgásmico.
• Ganar premios, menciones, felicitaciones, hasta apenas una palabra de apoyo. Pequeños avances espirituales personales.
• Los dibujitos animados que miraba cuando era chica
• Ir a tomar helado
• La ortografía
• Comprar toneladas de ropa y no poder esperar para estrenarla
• Las telas
• Salvador Dalí, Edvard Munch, René Magritte, Degas, Rembrandt.
Apple Strudel
• Escribir y recibir cartas
• La hora de la merienda
• Ser prolija
• Las palabras “cochinito” y “pantufla
• Defender mis ideales
• Word Challenge
• Los bares y restaurants ‘distintos’ (Irish Pubs, restaurants afrodisíacos, bares de jazz, restaurants de té y comida inglesa)
• La chocolatada
• Los viernes a la noche mirando una película
• Las voces profundas y graves
• Que me hablen al oído
• Las caricias
• Ir a la peluquería: sentir el agua y las yemas de los dedos en la cabeza, y después salir como nueva con el pelo perfecto como la propaganda de Pantene.
• Aprobar una materia con buena nota, aun si no había estudiado.
• Amélie
• David LaChapelle, Melanie Pullen, Alberich Mathews, Ellen Von Unwerth, Elliot Erwitt, Man Ray.
• Los quizzes sin sentido
• Los pelirrojos
• Las novelas como las de Emily Brönte
• Los gatos
• El citric de naranja, o jugo de naranja exprimido en casa.

Y hay más. Pero ahora no se me ocurre. ¿Ustedes, qué aman?

viernes, 12 de diciembre de 2008

El décimo círculo

Estoy más que segura que si Dante Alighieri hubiera vivido en esta época, le hubiese agregado a sus nueve infiernos un círculo más en donde las peores basuras de la Humanidad, seres despreciables como Adolf Hitler, Ricardo Arjona y Ronald McDonald encuentran su lugar para ser torturados diariamente; este infierno, el peor, el más sofocante, insoportable y desquiciante en donde hasta el más bravo se retorcería agonizando, es al cual bajé esta misma tarde. No es un local de ropa tamaño extra-small, tampoco es un concierto de tres días consecutivos de Ricardo Montaner y Cristian Castro aullando tonadas empalagosas y de mal gusto, ni una escuela primaria. Es algo mucho peor.
Luego de caminar unas cuantas cuadras bajo los nefastos rayos abrasadores del sol que me calcinaban la piel, llegué: un edificio imponente tapizado de ventanas como miles de ojos relucientes observándome se erguía frente a mis ojos. Sobre una de las níveas paredes se leía: "Clínica La Florida". Respiré hondo, y acaparando todo mi coraje me aventuré dentro de sus puertas mecánicas, que detectaban mi paso, como si todo estuviera minuciosamente controlado.
Dentro de aquella sala atestada de olor a lavandina y a desinfectante, un par de hileras de sillas forradas en tela roja sostenían a una manada de vejestorios con la mirada estúpidamente perdida en un cartel con luces rojas y verdes que marcaba el número en espera.
Sin titubear, me dirigí directamente como un proyectil al mostrador de la recepción.
'Disculpá, ¿dónde está dermatología?', pregunté. 'Tenía turno a las tres de la tarde con el Dr. López.'
Una mujer rechoncha, morocha y con un uniforme espantoso que parecía de policía me miró y respondió:
'Tenés que sacar un número, de los verdes. Después hablás con una de las chicas de allá.'
Bien. Algo incómoda, marcando un pulso de tempo Prestissimo con el pie como si estuviera siendo víctima de una corriente eléctrica, retorciéndome nerviosamente las manos, arrugando y rasgando el número veintitrés que se abollaba entre mis dedos y mirando compulsivamente la hora en el celular, me hundí sobre una de esas sillas de tela calurosa que picaba sobre la piel a esperar.

A mi alrededor las viejas con las manos arrugadas y llenas de manchas cotorreaban como gallinas alborotadas, hablando del clima, de la jubilación, del perro del vecino que no para de ladrar y de la nieta que estaba entrando en la facultad. Sus bocas y manos eran dinamismo puro – contrastando con la lentitud estática de las imbéciles que atendían.

Quince minutos. Número diecinueve, todavía. Me empiezo a poner un poco más nerviosa, quiero levantarme y decirle a la gorda de la recepción que llego tarde y que quiero que me atiendan. Tin, tuuuun. Un veinte se congela. Veintiuno, un poco más rápido, se me empieza a ir el mal humor. Veinte de nuevo. ¿¿Queeeeee?? No, veintiuno otra vez.

Perfecto, está demostrado que las secretarias, cajeras y demás no sirven para hacer su trabajo. Ayer ya me pasó que la vendedora de Havanna intentaba explicarle vanamente a un idiota la diferencia entre una caja de alfajores de una docena y una de media docena, para después, con toda la tranquilidad del mundo como si no hubiera una cola de personas esperando a ser atendidas, revisar el billete de cien pesos y tratar de calcular el vuelto que tendría que devolverle si le cobraba $68,80. HOY, no saben contar hasta más de veinte.

Finalmente, llegó: el glorioso veintitrés anunciado por la campana. Salté de mi asiento para caer instantáneamente frente al mostrador, donde una chica joven y con aspecto de adolescente que mastica chicle con la boca abierta me pide el número.

‘Sí, yo tenía un turno con el Dr. López a las tres de la tarde...’

‘¿El Dr. López? Dermatología, ¿no? Acá no es, él atiende en la casita, el edificio de al lado no, el siguiente.’

Genial. Treinta minutos esperando al reverendo pedo. Amago una sonrisa de plástico, y salgo hecha una furia, como un torbellino por la puerta, y entro a La Casita, donde, se supone, está el dermatólogo.

La Casita es una pocilga de dos por dos con un pasillito, en donde atiende una secretaria medio putona que probablemente se cree que es linda y fuma, que se yergue recta en su silla sacando tetas, como si tuviera un palo de escoba insertado en la columna, acompañada por una vieja de cincuenta años, flaca y arrugada que se dedica a conversar temas triviales que a nadie le importan con la putona. Frente a su escritorio se acomoda una fila de personas esperando ser atendidas.

Antes de hacer la fila, por las dudas de que no sea la mía, me adelanto a hablar con la secretaria.

‘Disculpame, yo tenía turno con el Dr. López a las tres de la tarde...’ (a tener en cuenta que eran las cuatro menos veinte ya)

‘¿El Dr. López? Sí... Hacé la fila por favor así te atiendo.’

En ese momento se cruzaron por mi cabeza llamaradas de insultos, pensando en decirle que si yo pedía turno para las tres, me tenían que atender a las tres, que no iba a llegar a las dos de la tarde porque a ellos se les cantaba hacer toda una burocracia para una consulta miserable, que eran una manga de incompetentes acaudalados atrás de un mísero mostrador, y que qué se creían que eran. Sin embargo, me callé y me puse atrás de la fila.

Un rato después me atendieron. Si bien el Dr. López es el más respetable de toda La Florida y me ofreció ir el lunes siguiente sin pedir turno, que me atendía en cuanto yo pudiera, me cobró catorce pesos por una consulta de menos de diez minutos cuando tuve que esperar casi una hora para que se decidieran a dejarme pasar.

Definitivamente, el décimo infierno. Un parto que tendré que soportar el próximo lunes... ¿Acaso tan cruel y déspota fui en mi otra vida?

lunes, 8 de diciembre de 2008

es que estás todo el día con la maquinita esa

hola como estas todo bien no me podés ayudar vos que estás todo el día con la maquinita esa??? las canciones esas están grabadas en la máquina? mira el antivirus está revisando toda la información, me parece que es un virus que te chupa la informacion... uy, ¿qué es eso? ¿qué pasó? no sé, ¿qué quiere decir que se abrió una ventana? despacio, despacio que no entiendo. (zumbido, zumbido, zumbido, emoticones horribles) me dijeron que si usas el ares te pueden entrar muchos virus porque es como que la informacion no va solo para vos, pasa por un monton de direcciones tambien entonces te puede llenar la maquina de virus. bueno chau me voy, cierro la maquina.



Algo insoportable son esas personas que no entienden nada de computadoras, pero como “vos sabés de computación porque estás todo el día con la máquina” (sí, no se llama computadora, es La Máquina, y no se apaga, se “cierra”) preguntan cada mínimo detalle y se asustan cada vez que se abre una conversación en el Messenger, se termina de actualizar el antivirus, o salta un pop-up con propagandas del Casino.
Son las mismas personas que tienen nicks larguísimos, rebosantes de emoticones (y no sólo los más sencillos como corazones, sino que también hacen uso de perritos, cartas, flores y cervezas) y con mensajes para todo el mundo, tales como “Pedrito J. muchas gracias por todo!!!! te re quiero amigo!!! jajajajaja lau y moni las quiero mucho!!!! ojala la pasen bien en el viaje las voy a extrañar!!! (L)(L)(L)(L)(K)(K)(F)”.
Muchas veces sustituyen los caracteres con emoticones personalizados, como “jajaja” saltarines en un color fucsia espantoso y brillitos, la letra M es un símbolo de Movistar que gira sobre sí mismo, y el “ok” son dos letras que ocupan la mitad de la pantalla y titilan en flashes de colores infinitos.
Además de estas cosas horripilantes, por cada oración envían tres zumbidos, preguntando preocupados “por que no me contestas???” como si uno no tuviera mejor cosa que hacer que responder a sus imágenes boludas o a sus guiños (Nota: ¿¿A qué imbécil se le pudo haber ocurrido algo tan inútil y molesto como los guiños?? Cuando agarre al hijo de puta que inventó semejante tortura lo cago a palos)
Entre toda la fauna y flora de “la computación”, la raza de Casanovas es infaltable: las hembras exhibiendo fotos sacadas desde arriba para que se le vean las tetas debajo de esa musculosa repugnante con un escote hasta el ombligo, el pelo oxigenado hasta el punto que parece una peluca amarillo huevo, y mails como naty_bebita_linda, o gigy_rubiecita que revelan su identidad de Gato profesional; al escribir, la fuente suele estar en negrita y en un tono de rosa espantoso.
Los hombres, en cambio, muestran fotos de sí mismos en cuero intentando alardear con su cuerpo flacuchento, generalmente con un collar de Boca o River o alguna de esas cochinadas. Se dirigen a las mujeres inquiriendo su estado civil, acosándolas sea cual fuere su respuesta:

Si estás sola: “Ay, como una chica tan linda como vos está sola! Nos podemos conocer ;)”
Si estás de novia: “Qué lástima, sos tan linda”

Por supuesto, constantemente utilizan sustantivos como “bb”, “linda”, “bonbon” en un epítome clásico del mal gusto.

La única solución contra esta plaga, es identificarlo al instante. Luego, lo que le sigue es un reflejo instantáneo: “Pelotudo” - bloquear – eliminar.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Torre de Babel


Desde que tengo memoria que soy dueña de este carácter: mandona, exigente, y con una lengua espontánea y mordaz capaz de asesinar en un promedio de o.3 segundos.
Recuerdo, por ejemplo, a la edad de ocho años cómo mi prima y yo jugábamos a disfrazarnos, paseándonos por todo el living con la ropa de mi bisabuela, exhibiendo chales, vestidos de lentejuelas (ese amarillo que era mi favorito porque se parecía al de Anastasia), guantes de encaje y sombreros con piel sintética o pequeños y tipo Cloche, bien al estilo Charleston. Después nos sentábamos al lado del piano de cola con un micrófono a grabar canciones y documentales; por supuesto, el micrófono no salía de mis manos y quien osara utilizarlo debía pedirme permiso (prácticamente igual a mi relación actual con la computadora). Y mi prima, cinco años y medio menor que yo y queriendo participar de mi noticiero, me pedía el micrófono para balbucear unas palabras, a lo que yo respondía como la-más-hija-de-puta: "Contá algo más interesante", "Eso ya lo dijiste tres veces", "Andá para allá, traeme esto".
Incluso unos cuantos años antes, siendo la primera hija, nieta y sobrina de una familia grande que vivía (casi podría decirse) toda junta, fui víctima de besos excesivos, golosinas a cualquier hora, los peores malcríos e indudablemente, las bromas y gastadas de todos.
'¿Cómo es ese color? GRIN, ¿no?', preguntaba uno de los primos de mi mamá exagerando un acento inglés muy precario.
'Greeeeen', lo corregía yo con apenas tres años de edad, impecable, a lo que él volvía a decirlo con una pronunciación muy berreta.
Finalmente, frustrada y fuera de mis casillas resolví el asunto; lo miré y le dije: "Si no sabés inglés, no lo hables".
Sí, el idioma es mi pasión. Se me hace agua la boca y se me empañan los ojos cuando leo una frase profunda, ingeniosa. O simplemente una verdad sencilla y muy gráfica. El lenguaje bien aplicado es algo hermoso, es arte, es magia. Soy de las que les gusta subrayar libros, o plantearse el efecto de las palabras.
Y así como el lenguaje bien usado es una maravilla, no hay nada más irritante que las deformaciones. Aborrezco el lenguaje mal usado tanto como amo los artículos de librería, los cuadernos nuevos y las lapiceras de colores.
No hablo de la gente que deglute eses en un festín de letras; dentro de todo eso es perdonable, teniendo en cuenta las cuestiones regionales y sociales. No, hablo de algo mucho peor, de seres que emiten horrores gramaticales, semánticos, ortográficos y de todo tipo imaginable. 'Siéntensen, cállensen'.
NO. Es un poco de lógica, deriva del "que-se-sienten". Se-sienten, siénten-se, no es tan complicado.
Luego los que devoran glotonamente letras imperdonables, desfigurando palabras y pronunciando 'felicidá, coletivo, dotor, setiembre' (todavía no entiendo cómo carajo 'setiembre' está aceptado, es un dolor de oídos).
Tampoco tolero los desastres ortográficos como ocacion, ilucion, obsecion, tube que, navo, etc. No es pedirle a un chico de primaria que deletree algo como "concesión" o "estrambótico". ¡Son palabras comunes y corrientes!
Sin embargo, los peores monstruos, los más irritantes, los que son capaces de provocarme una serie de tics nerviosos, son los que faltan al lenguaje diario más básico.
'Vos tuvistes que decirle al chico ese... ¿Pero le dijistes? Osea, vistes que...'
Creo que si tuviese que soportar una conversación entera con un ente de esta naturaleza que anda escupiendo eses entrometidas cada dos palabras, sencillamente no podría. No lo tolero. Terminaría encerrada en el Borda o acribillando al emisor (hasta quizá ambas).
He aquí otra regla simple que muchos son incapaces de recordar, como si en lugar de una regla tuvieran que memorizar una enciclopedia entera en alemán, o todos los verbos y conjugaciones del francés: los CONDICIONALES.
Parece imposible que, siendo frases que utilizamos a diario, tantos alcornoques no puedan recordar una estructura tan simple como los condicionales.
Pero créase o no, estos criminales repiten constantemente frases como 'Si yo tendría plata, compraría una casa', 'Si podría lo haría', 'Si cruzaría la calle, me pisaría un auto'. No sólo es una regla común para todos, sino que queda feo.
FEO feo FEO FEO
feo


Horrible, espeluznante, es contaminación auditiva.
El idioma está inventado por una razón. Es un medio de comunicación, es necesario, es una convención. ¡Yo no puedo ir y agregar o sacar letras donde se me cante! Imaginn qu, por jmplon, d pronton dcidon sacar una ltra y agrgar una n dspus d las palabras qu trminan n 'o'; o si a algún matemático que escribe un libro se le ocurriera llamar a Pi (
π) con otro nombre, o cambiar en un gráfico el lugar de la variable dependiente y la independiente. No se puede, si hay una convención es por algo, es para lograr entendernos.
Lo otro es exactamente igual. Usar mal los condicionales, decir 'vistes, dijistes, pudistes, quisistes', es exactamente lo mismo. ¿O saben qué? Incluso peor. Porque es repulsivo para el oído humano; el hablar mal debería ser penado por ley.
Ahora, repito mi frase legendaria de hace tantos años. La solución es fácil.


"Si no sabés hablar, ¡no hables!"


miércoles, 3 de diciembre de 2008

Ley Universal

Algún día vendran tiempos prósperos en los que habrá monededas para todos,

excepto para los kiosqueros que por alguna razón no estarán enterados y seguirán tratando de dar el vuelto en caramelos.