viernes, 27 de febrero de 2009

Mucho ruido y pocas nueces

Justo cuando creía que estar a punto de irme de vacaciones significaba despreocuparme de todo y dejar de fastidiarme, una manga de tarambanas colma la autopista como un ejército de zombies lobotomizados.
Entre las incontables cosas que más me sacan de quicio, está el ruido. La contaminación auditiva es una de las peores torturas que alguien podría estar confinado a sufrir, sobre todo cuando vuelve cansado de no haber dormido y haber estado un día entero afuera.
Para ser sincera no logro entender por qué diantre alguien podría estar tan urgentemente apurado un viernes a las siete de la tarde como para que su mano se quede firmemente adherida a la bocina del auto. ¿Qué logran con semejante alboroto, me pueden explicar? ¿Evitar pagar cuatro pesuchos miserables para el peaje, acaso son todos pordioseros? ¿Ahorrarse cinco minutos de espera? No me entra en la cabeza con qué fin se arma esa orquesta de cornetas desafinadas que saturan los oídos.
Esa reacción me parece exagerada incluso cuando es por cuestiones de puntualidad - llegás tarde, y bueno, por quedarte pegado a la bocina no vas a retrasar el reloj. De todas maneras, aunque no lo justifico, comprendo que algún subnormal sucumba ante la desesperación. Pero, ¿más de cien zánganos desorientados y exacerbados por llegar cinco minutos más temprano un viernes a las siete? Si al fin y al cabo, es un viernes a la tarde, nadie va a trabajar a esa hora. Esos tacaños escandalosos que atiborran las calles con su estrépito horrendo deberían ser encerrados dentro de un termopanel acústico con un equipo de música y un amplificador pegado al lado del oído que repita incesantemente un compilado del electro más bullicioso y monótono.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Familia Real


Casi me olvido de cómo tuve que contener a duras penas el reventón de risa cuando, almorzando en un hotel-restaurant en San Luis (o Córdoba, no recuerdo), una señora con la cual se detuvo a conversar un momento mi papá mencionó que era "Vicepresidenta de la Asociación Cuyana de Caniches". Hay que estar al pedo, eh.

martes, 24 de febrero de 2009

Y bueno, ya que estamos...

Antes que nada, gracias a FormenteraLady por el susodicho presente. Este fin de semana me voy por diez días a la playa con mi novio y su familia, y dudo mucho que de acá al viernes me enoje tanto con algo como para escribir una entrada nueva, así que para no dejar esto tan colgado aprovecho para continuar con la cadena.
La prenda consiste en mencionar ocho características, pensamientos, ideas, sueños tontos, o lo que sea, propias. Aquí van.

1. No soporto bañarme mal. Una de las cosas que más me saca de quicio, que me vuelve loca, es darme cuenta que se acabó el enjuague, o bañarme y que se me enfríe el agua, o que ésta se termine y verme obligada a bañarme con un chorrito miserable que me sirve tanto como el rocío de la mañana (además que por esta zona, sin agua corriente, es bastante probable que suceda).

2. Estoy enamorada de los gatos. Los perros son lindos, sí, pero para ver en una foto. No puedo aguantar que en un día de calor, o cuando estoy usando ropa limpia, vengan corriendo, moviendo la cola y saltando sin parar, me babeen y me apoyen sus patitas llenas de tierra. Los perros chiquitos igual, el caniche toy y sus ladridos chillones me exasperan. En cambio a los gatos los amo. Son limpios, educados, y mimosos sin necesidad de volverse pesados. Hasta el día que decida tener hijos, sueño con tener una casa con gatos y malcriarlos -mucho-.

3. He hecho gran cantidad de las cosas que hoy critico. Créanlo, la criticona también se critica a ella misma. (En alguna época escribí "sho" en lugar de "yo". Me da escalofríos recordarlo.)

4. Soy fanática de la indumentaria. Pasé por una cantidad de estilos inimaginables. Fui una Legalmente Rubia sin ser rubia, fui gótica, tuve una época punk, una CourtneyLove-ish, y una medio hippie. Ahora sencillamente diseño mi ropa, o voy a buscar a locales menos convencionales y armo mis combinaciones.

5. Soy una paranoica. Soy una persona pegajosa, asfixiante, celosa y siempre me siento inferior. Por cualquier cosa imagino una traición, un futuro catastrófico, un drama de película en mi cabeza, lloro (porque yo lloro por casi cualquier cosa), imagino diecisiete posibilidades distintas en un promedio de cinco minutos y lo hablo con medio mundo para verlo más claramente y descartar posibilidades, y al final no era nada de lo que había pensado.

6. De chica soñaba con ser una actriz famosa, o una cantante famosa. A veces salía al jardín, y cantaba imaginando un público. Pero desde los diez años, que empecé a escribir cuentos de verdad, hasta ahora, sueño con ser una escritora famosa, tener la suerte de trabajar para un buen diario o revista, y escribir muchos libros. Ojalá. (Pffff, ilusa)

7. Tengo una risa estridente, y cuando me tiento, no paro hasta las lágrimas. Soy una enamorada del amor. Soy una enamoradiza sin remedio, apasionada, voy a todo o nada. Amo con el alma, y mi odio es un odio profundo y venenoso. También soy distraída, bastante torpe (en este momento tengo un pie fisurado, y un dedo quemado), extremadamente soñadora, y le encuentro magia a cosas simples como una colilla de cigarrillo que giraba en círculos en la calle impulsada por el viento. Antitéticamente reflexiva, impulsiva y espontánea. Ambivalente. Tengo una fascinación con el agua y adoro nadar, o sencillamente relajarme en la pileta y disfrutar del sonido que hace; y el frío me relaja, por eso cuando estoy a punto de explotar (cosa que sucede a menudo, me irrito muy fácilmente) meto la mano en agua helada, o me dejo golpear por la lluvia, o salgo desabrigada al jardín en pleno invierno a deleitarme con el viento que me azota la cara.

8. Soy bastante autoexigente y perfeccionista. Siempre que escribo algo, cuando lo releo (ya sea al rato, a los pocos días, o un año más tarde) encuentro algo que no me gusta, aunque sea una palabra, una coma, o un signo de exclamación. Lo mismo con los dibujos, conversaciones, peleas o con cualquier otra cosa que haga. Lo repaso mentalmente, y siempre, pero siempre encuentro algo que podría haber dicho de otra manera, o que me faltó decir.


Bonus: Soy bastante antisocial. Me cuesta mucho relacionarme con la gente, los desconocidos al msn llegan por agregarme, porque yo rara vez agrego a alguien. Y no me gusta para nada conversar con gente de la calle, así que si alguno saca tema busco la manera más rápida de cortar la conversación.

En fin, en ocho ítems (bastante sobrecargados) no se puede describir a una persona entera. Pero es algo. Anyway, acá hay aun más cosas (como si a alguien le interesara leerlo). Ahora, yo selecciono a:

  • Acerbus
  • Café (con tostadas)
  • Pam
  • Lucrecia
  • Olivia Alivio
  • Papa
  • Agustina Lara
  • Girl From Mars

domingo, 15 de febrero de 2009

Lo importante es que hablen de ti, aunque sea mal - Salvador Dalí

Yo creo que a algunas personas les gusta ponerse en pedo por la mera satisfacción de armar un drama de telenovela y poder contarlo después, finalizándolo con “Soy un/a idiota, ahora no sé qué voy a hacer. Nunca más tomo una gota de alcohol”.
Por supuesto, a las pocas semanas vienen con la misma historia de que “se pasaron un poquito” y que “estaban conscientes, pero no sabían bien por qué hacían esas cosas”. Y otra vez el lío porque se mandaron la misma cagada (o una muy parecida) y hay que escucharlos quejándose de ¡oh!, lo desgraciados que son, qué boludos que hicieron eso. Luego se divierten pidiendo consejos y relatándole a todo aquel que esté dispuesto a escuchar sus lloriqueos que a partir de ahora su mejor amiga le cortó el rostro y que la extraña, que Juan no la va a llamar más, o que Federico está re caliente, y que no sabe qué hacer. Qué triste, pobrecitos.
Mentira, si les encanta el escándalo, sobre todo si son ellos los protagonistas de esa tragedia de novelucha de Cris Morena.

Personaje paralelo: también está el cobarde que se come bagres y después se esconde como un avestruz debajo de la excusa de que “estaba en pedo y no sabía lo que hacía”.

sábado, 14 de febrero de 2009

Claustrofobia



Cuando se trata de organizar salidas, siempre surge una complicación cuando el inventario del programa incluye “salir a bailar”. Es probable que influya el que yo sea una ermitaña que no tolera la muchedumbre, ni en boliches, ni en fiestas, ni en las playas sobrecargadas de turistas con anteojos de sol y bronceador.
Ya desde la entrada empiezo a sentir sueño, asco y las ínfimas ganas de entrar que aun quedaban rondando por ahí, solitarias, se van en picada en cuanto el “punchi-punchi” de los remixes de electro, reggaeton o autores latinos me roza los oídos; ya desde la puerta se siente el contraste de la noche fresca y silenciosa, contra un interior apretujado, caliente y muy ruidoso.
Igual eso no es tan terrible: lo terrible viene si, por algún milagro de la vida, logran empujarme hacia adentro del boliche después de estar luchando con uñas y dientes y aferrándome al marco de las puertas para no poner un pie adentro. Ahí es donde empieza la Gran Odisea.
Ahí está uno, entre paredes que lo encierran herméticamente entre una pista rebosante de un sinnúmero de adolescentes y jóvenes sudorosos, con los pelos pegoteados por la transpiración, las remeras mojadas, la falta de espacio que nos obliga a comprimirnos como podamos y deslizarnos entre cuerpos desconocidos que nos aplastan como un sándwich y nos mojan con su sudor, y su pelo mojado, y sus remeras húmedas. Claramente cada uno en su mundo, como si quisieran estar solos, pero rodeados de una multitud desconocida, ya que no se puede entablar conversación ni intercambiar opiniones con el punchi-punchi que revienta tímpanos por doquier como a un sapo. Y ahí, entre puteadas inaudibles que quedan ahogadas debajo del griterío dedicas a algún borracho que salta alegremente propinándole a quien encuentre por su paso pisotones, golpes, empujones y demás, después de un par de intentos fallidos de explotar en alaridos, finalmente alguna amiga entiende tu grito desesperado de: “¿Me acompañás al baño?”, mientras las otras se encargan de cuidar a Josefina, o a Carla, o a Sofía que se puso en pedo y algún pájaro carroñero la quiere acosar.
Atravesando la pista mientras de fondo suena algo como “Pasame la botella, quiero beber en nombre de ella”, o alguna cualquiera de Daddy Yankee, entre la nube de aire irrespirable, el calor, la humedad que transforma hasta el pelo más lacio de propaganda de Pantene en un desparpajo erizado como un puercoespín, los remixes horrendos, las paredes resbalosas cubiertas de condensación, el piso sucio y con aspecto a mugre pegajosa, está el baño. Pero por supuesto que es una estupidez intentar ir al baño de un boliche si una está apurada: repetir tres veces la fila de espera en un hospital requiere muchísimo menos tiempo que el que toma esperar en la puerta del baño. Sí, leyeron bien, en la puerta, porque es imposible entrar con treinta y cuatro adolescentes o jóvenes atrincheradas frente a los espejos empañados retocándose el maquillaje, cacareando como gallinas, contentas de la vida por “el caño que se acaban de comer”, un par de ebrias tambaleándose, o llorando, y algunas otras vomitando dentro de los cubículos (con las puertas abiertas, claro).
Finalmente nos resignamos a que nuestras necesidades básicas tendrán que esperar, y luego de revisar nuestra imagen en el espejo para que la travesía hasta el baño no haya sido en vano, arrepentirnos de hacerlo y ver nuestro estado, comenzamos a nadar una vez más entre ese caldero en ebullición, estrujándonos como podamos para lograr pasar, aunque finalmente recibimos algún pisotón bastante fuerte, un grito desbocado en el oído (que ya bastante maltrecho está), y, por qué no, un desagradable salpicón con olor a pis de algún trago horrible con nombres ridículos como “Semen de Hulk” o “Piel de Iguana”.
Entonces, cuando creemos que nada puede andar peor, nos sentamos o nos paramos en un rincón, en la barra, en donde sea, o quizá los más optimistas intentan bailar (cosa que me desagrada muchísimo. Yo figuro dentro de las que se quedan sentadas esperando a que pase el tiempo), y comienzan a acercarse los primeros buitres que vienen en varios modelos. Está el típico alegrón elocuente que se acerca, hace chistes absurdos con toda la confianza del mundo como si fueran mejores amigos de toda la vida, y así, muy sutilmente te pregunta por qué no bailás, que vayas a divertirte con él (pero por favor, prefiero limpiar todo el piso mugroso con la lengua antes que desaparecer a bailar con un desconocido con esa cara de perejil), que es el mismo molesto que se divierte presionándote para que bailes en una fiesta de quince o un casamiento, y finalmente se aleja después de que te desgarraste la garganta intentando explicarte a los gritos que no tenés ningún tipo de interés en bailar con él, que no, sus chistes no son graciosos, y que ni loca le contás la historia de por qué estás ahí si tanto te aburre; el enano granoso con gorra a cuarenta y cinco grados que se te acerca a dos milímetros de la cara diciéndote “¿Querés venir a bailar?”, y cuando lo rechazás sutilmente, insiste retrucando: “¿Qué, tan feo soy?”; y otros un poco más desubicados que directamente se aferran de tu mano y pretenden arrastrarte a través de la pista como un cavernícola que remolca a su mujer de los pelos hasta la cueva, a pesar de tu resistencia y tus intentos exasperados por soltarte de su mano aprisionando tu muñeca.
Ir a bailar me da asco. Me pone de mal humor, me irrita, la música me parece horrenda, estar atrapada entre el calor, el pegote y los borrachos me saca de quicio, y estar ahí adentro me resulta repulsivo y aburrido. Si me preguntan, por más que muchos me calificarían de aburrida o mala onda, prefiero infinitas veces salir a caminar, a un teatro, o museo, al cine o a tomar el té en una linda cafetería.

(Nota: En las fiestas caseras es bastante parecido, pero con menos gente. En este caso, termino desparramada, desinflada sobre un sillón en una esquina, parcialmente dormida, algunos ebrios tambaleándose que me vuelcan alcohol sobre la ropa balbuceando estupideces, y un par de personas que le ponen la mejor onda, pero bailan tristemente en medio del living casi vacío).

jueves, 12 de febrero de 2009

Quien esté libre de pecado...

¿Yo estoy muy irritable, o que alguien ponga en la descripción de su blog "Tengo una vision de la vida y la sociedad un tanto especial" es un poco ególatra y petulante?



(Take it easy, alguien que me consiga pastillas calmantes antes de que intente destripar a alguien con los dientes en medio de un ataque de neurosis.)

miércoles, 11 de febrero de 2009

Dime qué escuchas y te diré quién eres

Entre todas las preguntas inquisidoras como “¿De dónde sos? ¿Cuántos años tenés? ¿Estudiás algo? ¿Te gustan los hamsters?”, creo que la única que no puedo soportar es “¿Qué música te gusta?”.

Se me hace imposible responder eso. Me gusta la música. Escucho, como quien dice “un poco de todo”. Puedo escuchar desde un rock de Elvis, hasta música árabe, jazz, metal, algo de grunge o música clásica. Intentar resumir toda la música que me gusta sería tan inútil como pretender escribir una autobiografía desde el momento en que nací, incluyendo pensamientos, reflexiones y teorías freudianas en tres líneas, o filmar una película de una hora y media con toda la historia de la Humanidad. Imposible.

Y ni siquiera responder “un poco de todo” resuelve la pregunta. Porque entre los que responden “un poco de todo”, están los que se refieren a la cumbia y el reggaeton, los que escuchan música de fiestadequince, los que escuchan la radio sin prestar mucha atención a nada en particular. Además que sería hipócrita afirmar “un poco de todo”, cuando debe haber un millón de géneros de música que no conozco, que no escucho.

¿Cómo responder en pocas palabras que me gustan algunas canciones de Calamaro, y muchas otras de Billie Holiday o Regina Spektor, que grabo un CD con canciones de Disney o de los Sex Pistols o Frank Sinatra, de música country y de canciones de los ochenta, Yann Tiersen y Courtney Love, que cuando estoy en casa tarareo Sehnsucht Nach Dem Frühling de Mozart o una melodía de los Beatles o de El Otro Yo?

Las personas somos complejas, las opciones son infinitas, y variamos, podemos ir de un extremo al otro. No es necesario elegir entre blanco o negro, entre dulce, salado o agrio. Y es imposible conocer a otra persona, a sus gustos, sus aspiraciones por medio de una pregunta. Para saber esas cosas, se necesitan horas, días, meses de charla. Hasta años, y a veces ni siquiera eso es suficiente para conocer a alguien del todo, siempre nos puede sorprender con un poquito más.

Yo elijo no elegir una sola cosa. Yo elijo deleitarme con un Waffle con dulce de leche o una ensalada de frutas, un pollo al champignon con papas noisette o una ensalada, un vestido a lunares de los años 50 o un jean roto y una remera pintada por mí misma, estar perdidamente enamorada de Julio Cortázar y leer a Caroline Brönte, que me gusten la ternura y la pasión, lo claro y lo oscuro, que me guste lo empalagoso pero pedir siempre helado de limón, y odiar las aceitunas y la polenta. Y que me guste toda la música del mundo, hasta los géneros más opuestos. Face it, preguntar esas cosas es inútil.