sábado, 14 de febrero de 2009

Claustrofobia



Cuando se trata de organizar salidas, siempre surge una complicación cuando el inventario del programa incluye “salir a bailar”. Es probable que influya el que yo sea una ermitaña que no tolera la muchedumbre, ni en boliches, ni en fiestas, ni en las playas sobrecargadas de turistas con anteojos de sol y bronceador.
Ya desde la entrada empiezo a sentir sueño, asco y las ínfimas ganas de entrar que aun quedaban rondando por ahí, solitarias, se van en picada en cuanto el “punchi-punchi” de los remixes de electro, reggaeton o autores latinos me roza los oídos; ya desde la puerta se siente el contraste de la noche fresca y silenciosa, contra un interior apretujado, caliente y muy ruidoso.
Igual eso no es tan terrible: lo terrible viene si, por algún milagro de la vida, logran empujarme hacia adentro del boliche después de estar luchando con uñas y dientes y aferrándome al marco de las puertas para no poner un pie adentro. Ahí es donde empieza la Gran Odisea.
Ahí está uno, entre paredes que lo encierran herméticamente entre una pista rebosante de un sinnúmero de adolescentes y jóvenes sudorosos, con los pelos pegoteados por la transpiración, las remeras mojadas, la falta de espacio que nos obliga a comprimirnos como podamos y deslizarnos entre cuerpos desconocidos que nos aplastan como un sándwich y nos mojan con su sudor, y su pelo mojado, y sus remeras húmedas. Claramente cada uno en su mundo, como si quisieran estar solos, pero rodeados de una multitud desconocida, ya que no se puede entablar conversación ni intercambiar opiniones con el punchi-punchi que revienta tímpanos por doquier como a un sapo. Y ahí, entre puteadas inaudibles que quedan ahogadas debajo del griterío dedicas a algún borracho que salta alegremente propinándole a quien encuentre por su paso pisotones, golpes, empujones y demás, después de un par de intentos fallidos de explotar en alaridos, finalmente alguna amiga entiende tu grito desesperado de: “¿Me acompañás al baño?”, mientras las otras se encargan de cuidar a Josefina, o a Carla, o a Sofía que se puso en pedo y algún pájaro carroñero la quiere acosar.
Atravesando la pista mientras de fondo suena algo como “Pasame la botella, quiero beber en nombre de ella”, o alguna cualquiera de Daddy Yankee, entre la nube de aire irrespirable, el calor, la humedad que transforma hasta el pelo más lacio de propaganda de Pantene en un desparpajo erizado como un puercoespín, los remixes horrendos, las paredes resbalosas cubiertas de condensación, el piso sucio y con aspecto a mugre pegajosa, está el baño. Pero por supuesto que es una estupidez intentar ir al baño de un boliche si una está apurada: repetir tres veces la fila de espera en un hospital requiere muchísimo menos tiempo que el que toma esperar en la puerta del baño. Sí, leyeron bien, en la puerta, porque es imposible entrar con treinta y cuatro adolescentes o jóvenes atrincheradas frente a los espejos empañados retocándose el maquillaje, cacareando como gallinas, contentas de la vida por “el caño que se acaban de comer”, un par de ebrias tambaleándose, o llorando, y algunas otras vomitando dentro de los cubículos (con las puertas abiertas, claro).
Finalmente nos resignamos a que nuestras necesidades básicas tendrán que esperar, y luego de revisar nuestra imagen en el espejo para que la travesía hasta el baño no haya sido en vano, arrepentirnos de hacerlo y ver nuestro estado, comenzamos a nadar una vez más entre ese caldero en ebullición, estrujándonos como podamos para lograr pasar, aunque finalmente recibimos algún pisotón bastante fuerte, un grito desbocado en el oído (que ya bastante maltrecho está), y, por qué no, un desagradable salpicón con olor a pis de algún trago horrible con nombres ridículos como “Semen de Hulk” o “Piel de Iguana”.
Entonces, cuando creemos que nada puede andar peor, nos sentamos o nos paramos en un rincón, en la barra, en donde sea, o quizá los más optimistas intentan bailar (cosa que me desagrada muchísimo. Yo figuro dentro de las que se quedan sentadas esperando a que pase el tiempo), y comienzan a acercarse los primeros buitres que vienen en varios modelos. Está el típico alegrón elocuente que se acerca, hace chistes absurdos con toda la confianza del mundo como si fueran mejores amigos de toda la vida, y así, muy sutilmente te pregunta por qué no bailás, que vayas a divertirte con él (pero por favor, prefiero limpiar todo el piso mugroso con la lengua antes que desaparecer a bailar con un desconocido con esa cara de perejil), que es el mismo molesto que se divierte presionándote para que bailes en una fiesta de quince o un casamiento, y finalmente se aleja después de que te desgarraste la garganta intentando explicarte a los gritos que no tenés ningún tipo de interés en bailar con él, que no, sus chistes no son graciosos, y que ni loca le contás la historia de por qué estás ahí si tanto te aburre; el enano granoso con gorra a cuarenta y cinco grados que se te acerca a dos milímetros de la cara diciéndote “¿Querés venir a bailar?”, y cuando lo rechazás sutilmente, insiste retrucando: “¿Qué, tan feo soy?”; y otros un poco más desubicados que directamente se aferran de tu mano y pretenden arrastrarte a través de la pista como un cavernícola que remolca a su mujer de los pelos hasta la cueva, a pesar de tu resistencia y tus intentos exasperados por soltarte de su mano aprisionando tu muñeca.
Ir a bailar me da asco. Me pone de mal humor, me irrita, la música me parece horrenda, estar atrapada entre el calor, el pegote y los borrachos me saca de quicio, y estar ahí adentro me resulta repulsivo y aburrido. Si me preguntan, por más que muchos me calificarían de aburrida o mala onda, prefiero infinitas veces salir a caminar, a un teatro, o museo, al cine o a tomar el té en una linda cafetería.

(Nota: En las fiestas caseras es bastante parecido, pero con menos gente. En este caso, termino desparramada, desinflada sobre un sillón en una esquina, parcialmente dormida, algunos ebrios tambaleándose que me vuelcan alcohol sobre la ropa balbuceando estupideces, y un par de personas que le ponen la mejor onda, pero bailan tristemente en medio del living casi vacío).

11 comentarios:

Acerbus dijo...

¿Y cuando en el boliche es la "fiesta de la espuma"? Yo vivo en Misiones, con tierra roja. En un rato, se forma una pasta roja que mancha todo lo que toca. O las "ladies night", donde hay un montón de señoras grandes, divorciadas y necesitadas que te encaran todo el tiempo.
Tampoco me gustan los boliches, no me gusta bailar y prefiero ir a escuchar una buena banda en vivo, tomando algo y sentado en una mesa.
Excelente post.

Will dijo...

Aburrida.
Hasta a mi me gusta ir de vez en cuando a un boliche.


Ja, chaito!

Catalina. dijo...

me sentí tan identificada, me pasa lo mismo, jaja. la música es horrible, no podés ni dar dos pasos sin pisar a alguien, el olor a cigarrillo que te queda hasta en las zapatillas, el calor, la humedad, no se puede hablar con nadie porque tenés que estar gritando todo el tiempo, etc etc.
me encanta cómo escribís, saludos!

Fitoria dijo...

por eso no voy a una disco desde hace uuuuuu (solo fui una vez y con eso quede curado)

Anónimo dijo...

a mí me pasa lo mismo ¬ es odioso tener que meterte ahí con un montón de gente que no conoces, y los que conoces están demasiado borrachos para acordarse que te conocen.

te digo la verdad, como soy una obsesiva, me leí todo el blog, y coincido con vos en muchas cosas :) y además me encanta cómo escribís :)

Anónimo dijo...

te cuento: viste el codigo ese que te da para ponerlo? bueno en un momento dice "height" y "width". para el costado puse heigh 150 y width. vos fijate donde lo quieras poner. suerte con eso.

Agus Lara dijo...

al fin!, ya no me siento una mujer de la prehistoria jaja. A mi tampoco me gusta salir a bailar, muchos me tildan de aburrida, ortiva o como quieran llamarlo, pero me agarra una desesperacion importante cuando me encuentro ahi adentro llena de tanta gente desconocida :S. Si el entorno es algo mas familiar mi desesperacion reduce (pero solo un poco).
Espero que sigas bien, cuidate :).

Penny Lane dijo...

Es tal cual lo que decis jaja, estuve viendo tu blog y me di cuenta que tenemos un montón de cosas en común y además me encanta comoe escribís :)
Un beso

Anónimo dijo...

Odio el boliche. Solo fui obligado dos veces en mi vida. Prefiero escuchar una banda en un pub, tomar un cafe, ir al cine, lo que sea, antes de ir al boliche.

Y si n ovas a envenarte con alcohol (ya que cuando toman tanto no puede calificarse de otra manera) y a bailar musica que ni en pedo llevaria en mi mp3, sos un antisocial.

Anónimo dijo...

:LOL:

Por lo visto somos bastantes que preferimos un buen cafe en un lindo lugar a un boliche atestado de transporacion y olores desagradables.

Me gusto mucho el post :)

Abrazo!

Sil dijo...

Clap, clap, clap!

Excelente!! Un texto que hubiera querido escribir yo.

Cuando conozco al alguien, lo peor que me puede preguntar es "a dónde salís a bailar?". Murió para mí y ya no me interesa ni para hablar del tiempo.

Muy buen blog, ya lo puse entre mis favoritos.

Saludos!