Está de más señalar que todos, sin excepción, conocemos a aquel grotesco género de humanos cuyo pasatiempo es hostigar a mujeres inocentes que caminan por las calles con sus halagos ordinarios y piropos de mala muerte: el Abusador. Hacen uso indiscriminadamente de sus kitsch pretenciosos como un comodín aplicable a cualquier transeúnte que pueda ser clasificado, según sus medidas, dentro de la etiqueta de “hembra”. El Abusador puede venir en cuatro modelos distintos: el Viejo Verde, el Obrero, el Camionero y el Pibe Chorro.
El Viejo Verde: Está convencido de que aún estamos en los años 30, que él es un muchacho joven y apuesto que es capaz de lograr que las mujeres se derritan con sus galanterías. Les dedica palabras aduladoras como “Sos muy bonita”, “Qué hermosos ojos que tenés”, esperando vanamente que la agasajada le sonría tímidamente, ruborizándose, para así sentirse nuevamente frescos y llenos de vida.
El Obrero: Estos son los más comunes. Los encontramos en cualquier zona, cualquier calle, cualquier esquina, siempre atentos, exhibiendo la raya del culo cubierta de vellos negros y espesos debajo de sus jeans de tiro –excesivamente- bajo gastados y rebosados en arena, mugre y cal. Están ahí, agazapados a la espera de una mujer que desfile para sus ojos ambiciosos saliéndose de sus cuencas al mejor estilo de lobo de Red-Hot Riding Hood, ansiosos por chiflar y silbar, babosos, como llamando a sus sabuesos.
El Camionero: Su principal característica, claramente, es la de su mayor posesión: un camión viejo, pintado con polvo gris, y con un motor ruidoso que echa irrespirables nubes de humo negro. Van ataviados con una musculosa blanca minada de manchas de aceite del choripán que comen todos los mediodías enrollándose sobre su enorme barriga; se masturban a diario con calendarios que muestran rubias o morochas de curvas paranormales posando semidesnudas en una gomería, cargando gas en una estación de servicio o con un dedo en la boca, luciendo una camiseta de Argentina, y sueñan con que ellas intentan seducirlos, muertas de la admiración y el embelesamiento frente a su cuerpo fornido y su bestial vehículo. Casi siempre lo manejan con una sola mano, mientras que el otro brazo tiznado de grasa oscura está apoyado, quasi-colgando, de la ventanilla baja. Así es como se asoma el puerco inmundo y transpirado a presionar con ímpetu una bocina que suena como un buque de guerra para llamar la atención de su hembra cual pavo real, dedicándose luego a vociferar vulgarmente elogios sutiles como “¡Mame!”, “¡Bombónnnn!”, “¡Herrmooooosa!”.
El Pibe Chorro: El Pibe Chorro se diferencia en dos. El primer tipo es el adolescente huidizo que pretende elogiar a cualquier fémina que pase a su lado, murmurando un “Eeeehh, mamita”, “Te parto”, “Bebé” o como ya alguna vez me ha sucedido, un grosero “¡Qué tetas, colorada!”, sin levantar la vista, para luego continuar su paso veloz hasta perderse de vista junto con su patota de amigos.
El segundo tipo es del joven entre veinte y treinta años, con el pelo hacia arriba, reluciente de gel, y anteojos negros que viaja en un Fiat Uno tuneado (generalmente rojo). Lleva ambas ventanillas bajas para poder asomarse a gritar sus alabanzas soeces, escuchando a todo volumen canciones de cumbia, reggaeton o autores latinos tales como Ricky Martin, Enrique Iglesias, Cristian Castro o Axel. Hacen luces que dejan ciego a quien las mire, y a continuación se arriman a la vereda para armar (a diferencia de los dos anteriores) frases que consisten en más de dos palabras, pero incluyen el tacto tan bruto característico del Abusador: “Pero qué linda que sos, mamita”, o “Ay, pero qué bombonazo”.
Está comprobado que no importa qué usemos. Da igual si llevamos una micro-mini por debajo de la cola y un strapless que muestre el ombligo, si usamos pantalones sueltos o ajustados, si lucimos un escote generoso o una camisa abotonada hasta abajo del mentón; ellos gritan, miran lo que hay, y si no hay lo imaginan, pero gritan. Porque su deber es gritar, piropear, cubrirnos con su poesía barata y ordinaria, hacernos ruborizar pero de vergüenza ajena, hacernos sentir la repulsión en su forma más pura, que caminemos rogando que la tierra nos trague.
No sé qué pretenden con esos halagos inútiles de bárbaro analfabeto; si imaginan por un momento que vamos a mirarlos, seductoras, sonreírles y agradecerles por su amable consideración, quizá invitarlos a tomar algo a nuestras casas para acostarnos con ellos y sus modales caballerosos, para darnos cuenta que son el Príncipe Azul que siempre estuvimos esperando. O si a lo mejor, simplemente están desesperados y saben que jamás van a acercarse a una mujer más que con esas palabras.
2 comentarios:
Me acorde de muchas vinetas de mi vida portena al leer esta columna. Gracias por recordarme que siguen siendo todos una manga de guarangos cerdos impresentables, todos y cada uno de los personajes que describiste.
Me gusto mucho el texto.
Me haces sentir verguenza de mi género pero no de hot riding hood que es una maravilla de la animacion y promueve valores sanos de familia.
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