jueves, 18 de diciembre de 2008

Lección

En el día de hoy aprendí tres cosas:

1. Nos educan desde chicos a aceptar sin discutir todo lo que nos dicen

2. El corpiño que me compré está buenísimo y soluciona cualquier conflicto con la gravedad

3. Lo de que los kiosqueros no tienen monedas es una mentira. Con un escote sacan monedas de la caja como si fuera una galera.

Pero vamos a enfocarnos en el primer punto, que es lo que más importa ahora. Los tiempos cambian, las costumbres cambian. Lo que ayer era una injuria para la moral, un pecado mortal que merecía ser castigado con una muerte lenta y dolorosa, ahora no es más que una costumbre, un hecho habitual que pasa desapercibido.

Antes, por ejemplo, el deber de la mujer era el de cuidar a la familia, a los hijos, preparar la comida y saber limpiar. Ahora las mujeres podemos tener un trabajo estable, una carrera, somos beneficiarias (y víctimas) del sufragio. Antes, el sexo antes del matrimonio era prácticamente considerado herejía y quien lo practicara era Hijo de Satán. Hoy en día, quien no tiene aunque sea un acercamiento sexual durante la adolescencia, es un perdedor. En otros tiempos, estaba prohibido para los niños participar de la conversación en la mesa familiar. Actualmente, puede que ni siquiera haya cena familiar.

Sin embargo, una tradición absurda (y no hablo de la xenofobia, el racismo, el sexismo y demás tipos de discriminación que la retrógrada naturaleza del humano hará dificultoso erradicar) aun sigue vigente.

Esta tarde, mientras caminaba hacia mis clases particulares de Lenguaje Musical, fui testigo de una escena que, supongo, reconocerán haber vivido alguna vez durante la infancia. Un padre empedernido sujetaba con saña a su hijo del brazo, reprochándole: “¡¿Pero por qué no me hacés caso?! ¡Te dije que no cruzaras la calle sólo, y mirá, empezaste a cruzar!”, a lo que el chico respondía –a medias, ya que no podía pronunciar dos palabras sin ser interrumpido por el padre – tratando de defenderse. “¡No!” lo atajaba el hombre, aun sacudiendo la mano desarticulada de su hijo en el aire como si fuera una marioneta. “Si alguien te dice que es así, ¡es así!”.

Si alguien te dice que es así, es así. Para eso nos educan desde que nacemos. Para respetar a la autoridad, como si el respeto no fuese algo que se gana, sino un derecho inherente a un título inexistente otorgado por las absurdas jerarquías. Si alguien te dice que es así, es así, tronaba haciendo ecos dentro de mi cabeza. Desde chicos nos enseñan que no tenemos el derecho a discutir con un mayor, con un padre, con un maestro. Nos enseñan a aceptar, sumisos, cualquier barbaridad que algún humano perteneciente a una categoría superior a nosotros en este sistema jerárquico como un hecho irrefutable. Si la maestra dice que es así, debe tener razón. Si un hombre está abusando de su poder, siendo descortés, insolente u ofensivo, debemos soportarlo sin reclamos, porque es mayor. Si nuestro padre dice que es así, “es así”.

Ahora digo, ¿cómo puede un niño aprender qué es lo correcto y lo incorrecto si lo educamos así? ¿Cómo puede un niño ejercitarse para evitar el peligro del que lo estamos cuidando, si el único motivo que le damos es un “porque yo lo digo”? ¿Cómo puede luego reconocer en qué momento ayudar, cómo puede aprender a cruzar bien la calle, a cuidarse de los supuestos peligros, si no lo instruimos, si no le damos motivos, razones más que nuestra propia autoridad? Sería muchísimo más fácil, creo yo, explicar. Educar de verdad. Cultivar el aprendizaje, señalar los errores, los riesgos, los conflictos para así ayudarlos a crecer como deben.

Si alguien te dice que es así, es así”. Estos mismos chicos son los que después crecen y se dejan hundir en la mediocridad de la aceptación con un automatismo ciego. Son los que aceptan leyes absurdas, los que se dejan pisotear por cualquiera por tener ‘más autoridad’, los que consienten, felices de ser correctos y falsamente educados caminando por el ‘buen camino’, cualquier absurdo que le presente un profesor, un docente, un guardia de seguridad, convencidos de su razón, y su grandeza inenarrable. Los que dejan que las viejas de cincuenta años (que se hallan en perfecto estado) exijan más derecho sobre los asientos del colectivo, los que permiten que les vendan productos pasados sin decir nada. Los que se quedan con lo que tienen, los que no se animan a aventurarse por más. Los que no conocen sus derechos, ni se interesan por saberlos y se someten a lo que sea, si alguien con más título lo ordena. Porque, por supuesto, “Si alguien te dice que es así, es así”.

4 comentarios:

Gallo Rojo dijo...

Antes el mundo era una mierda, ahora lo sigue siendo, en ese sentido el tiempo no ha cambiado nada. Seguimos siendo la misma humanidad, aparentemente distinta gracias a la volátil moral que manejamos, y a aquel criterio conformista de adaptación.

Melodías vibradoras dijo...

Por què estarà taaan bueno el corpiño que me comprè la semana pasada? ;)
aahaahah, tambièn estoy de acuerdo con los dos puntos restantes y con la pequeña reflexiòn del ayer y el hoy (:
que andes genial.

Sharma dijo...

Me quede pensando en lo del corpiño yo...

Todo el resto del texto requiere mayor atención del que puedo tener hoy jajaja

Muchos de los problemas que tengo en la vida se deben justamente a esas cosas que decís... me cuesta horrores enfrentar a la supuesta autoridad, me pasa en todos mis ámbitos, en la universidad, en casa pero especialmente en el trabajo, cuando necesito pedir un aumento me cuesta muchísimo hacerlo, aunque se que es valido el pedido y que lo tengo más que merecido, yo creo que debe ser por eso de la autoridad...

Beso maga

Melodías vibradoras dijo...

Ohh, me tomarè un red bull ahora ya, sòlo por usted :P
porque el speed no me gusta, creo que comprare un dr lemon con vodka, no pega, pero.. me gusta, y de paso comprare unas bolsitas de ilusiones a tan sòlo $5 en el quiosco mas cercano :)
beso cheee